martes, 6 de octubre de 2015

Anulados por la pobreza


Otro genio se queda por el camino


Un muchacho de quince años, ilícita e injustamente pobre, que desconoce la vida escolar, que apenas coincide con personas de diferente clase social, que ignora la posesión de un simple televisor y que a duras penas sabe leer y escribir, entra en una aislada y austera biblioteca ubicada a veinte minutos de su humilde morada. Dejando a mano izquierda la recepción, alcanza al azar el primer libro que se le presenta; el primer libro que sus débiles manos sostienen desde que su desafortunada madre trató de enseñarle a estudiar ocho años atrás.

Ojea los parágrafos e ilustraciones que lo componen. Al cabo de un rato, cuando se dispone a dejar el libro recién visualizado en la estantería correspondiente, un señor de algo menos de 70 años interrumpe su camino.

-          ¿Te gusta el cine, joven? Preguntó el señor con un par de películas en la mano.

-          Sí, mucho. Pero no el vigente, que únicamente engloba innecesarios ruidos y vacías historias -responde el chaval, sin haber contemplado jamás un metraje, iniciando así una larga y penetrante tertulia-.

-          Lógico si admiras el cine de verdad. Tienes cara de disfrutar sobre todo con la magia de John Houston. ¡Eso sí que era un director!

-          Sinceramente, de él exclusivamente he visto “La Reina de África”, con las increíbles interpretaciones de Humphrey Bogart y Katharine Hepburn. En realidad mi director favorito es Billy Wilder, pero antes que con la aclamada cinta “El apartamento”, me quedo, sin ninguna duda, con “Primera plana” protagonizada por Jack Lemmon y Walter Matthau.

-          Matthau en ese filme se sale -imita satíricamente cómo se zarandea el actor en la película “Bandeja de plata” mientras ambos ríen a carcajadas-. Yo, desde luego, me quedo con el sueco Ingmar Bergman, no sé si te sonará. Pero lo que tú dices; el cine nace en los 40 y muere en los 70.

-          Así es. Pero he de señalar que, para mí, el cineasta más completo de todos los tiempos y, por consiguiente, mi preferido es, por extraño que parezca a mi edad, de la década de los 20: el ilustre Buster Keaton, contemporáneo, entre otras eminencias, de Charles Chaplin y Harold Lloyd. Aunque personajes lacónicos e inexpresivos, pero dotados de una calidad y superioridad fascinantes, como los interpretados por actores de la condición de John Wayne y Robert Mitchum no me dejan, en absoluto, indiferente. ¡Cómo, sin mover un músculo del rostro, sostienen esa tensión y rebeldía las horas que abarca el trabajo!

-          Recuerdo que cuando tenía tu edad, allá por el 63, fui por la mañana a ver “El verdugo” de García Berlanga, mi director español predilecto, a las salas de proyección de entonces, y por la tarde “El gatopardo” de Luchino Visconti. Aquello sí que era auténtico cine. Pero yo tenía una ventaja de la que tú no puedes gozar -sonríe agradablemente-, yo salía de la estancia y veía en mi realidad lo mismo que en las películas de Berlanga. Igual que los vehículos de esta película suya tan buena…

-          ¡“Plácido”!

-          Sí, esa. Berlanga filmaba la sociedad tal y como era en ese momento, en el que yo vivía.

-          Mi director nacional preferido es, con mucha diferencia, Luis Buñuel. Y, en mi opinión, el cine en estos tiempos precisa de alguien con una actitud equivalente. Alguien harto del arte presente que dé un golpe en la mesa con un nuevo “perro andaluz”, y selle así un antes y un después -indica con tono esperanzador el ignorante inexperto-.

-          Un grande, ¡qué duda cabe! Trabajó con los mejores, como Gómez de la Serna y García Lorca, entre otros. Pero cuando Buñuel trabajaba en el MoMA, su más que distinguido colega Dalí lo traicionó tachándolo en su libro “La vida secreta de Salvador Dalí” de sacrílego y rojo, razón por la que tuvo que huir de América. Un desgraciaó vamos… -se ríen los dos poniendo fin a la amigable charla mientras se distancian lentamente-.

Ya concluido el coloquio, el inculto, pero extraordinario, chico posa definitivamente el archivo prestado en el lugar que le corresponde. Segundos después, el anciano retrocede y apunta antes de partir del edificio: “eres joven para tener demostrados conocimientos tanto cinematográficos como culturales, debes estar muy orgulloso de tu capacidad. Muchas gracias por esta lección”.
  El fascinante e, intelectualmente, desaprovechado crío, ya retirado su cinéfilo conocido, migra finalmente del establecimiento, abandonando a sus espaldas el único manual que han contemplado sus ojos desde los siete años. La obra que le enseñó en minutos todo lo que ahora conoce: “Historia del cine universal”.

  Instante en que dedujo desconsolado que el hambre se comía su infinito provecho. La primera vez que comprende, consternado, que la pobreza arrebata futuros prodigios. Momento en que asume abatido que, en definitiva, su talento nunca saldrá a la luz.
 
“Los pobres esperan un mundo mejor. El mundo no espera nada de los pobres.”

 - Breve fábula en memoria de aquellos a los que la penuria les ha violentamente saqueado toda oportunidad de demostrar quiénes son. Por aquellos que si gozasen de fortunas serían capaces de aportar indispensables prosperes a la humanidad. Por todos aquellos que han sido inaceptablemente anulados intelectual, cultural y socialmente. -


El portaminas negro.

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