Otro genio se queda por el camino
Un muchacho de
quince años, ilícita e injustamente pobre,
que desconoce la vida escolar, que apenas coincide con personas de diferente clase social, que ignora la posesión de un simple
televisor y que a duras penas sabe
leer y escribir, entra en una aislada y austera biblioteca ubicada a veinte
minutos de su humilde morada. Dejando a mano izquierda la recepción, alcanza al
azar el primer libro que se le presenta; el
primer libro que sus débiles manos sostienen desde que su desafortunada
madre trató de enseñarle a estudiar ocho años atrás.
Ojea los parágrafos e ilustraciones que lo componen. Al cabo de un rato, cuando
se dispone a dejar el libro recién visualizado en la estantería correspondiente, un señor de algo menos
de 70 años interrumpe su camino.
-
¿Te gusta el cine, joven? Preguntó el señor con
un par de películas en la mano.
-
Sí, mucho. Pero no el vigente, que únicamente engloba
innecesarios ruidos y vacías historias -responde el chaval, sin haber contemplado jamás un metraje,
iniciando así una larga y penetrante tertulia-.
-
Lógico si admiras el cine de verdad. Tienes
cara de disfrutar sobre todo con la magia de John Houston. ¡Eso sí que era un director!
-
Sinceramente, de él exclusivamente he visto “La
Reina de África”, con las increíbles interpretaciones de Humphrey Bogart y
Katharine Hepburn. En realidad mi director favorito es Billy Wilder, pero antes
que con la aclamada cinta “El apartamento”, me quedo, sin ninguna duda, con “Primera
plana” protagonizada por Jack Lemmon y Walter Matthau.
-
Matthau en ese filme se sale -imita satíricamente cómo se zarandea el actor en la
película “Bandeja de plata” mientras ambos ríen a carcajadas-. Yo, desde luego, me quedo con el sueco Ingmar Bergman, no sé si te sonará. Pero lo que tú
dices; el cine nace en los 40 y muere en los 70.
-
Así es. Pero he de señalar que, para mí, el
cineasta más completo de todos los tiempos y, por consiguiente, mi preferido es,
por extraño que parezca a mi edad, de la década de los 20: el ilustre Buster
Keaton, contemporáneo, entre otras eminencias, de Charles Chaplin y Harold
Lloyd. Aunque personajes lacónicos e inexpresivos, pero dotados de una calidad
y superioridad fascinantes, como los interpretados por actores de la condición de
John Wayne y Robert Mitchum no me dejan, en absoluto, indiferente. ¡Cómo, sin
mover un músculo del rostro, sostienen esa tensión y rebeldía las horas que abarca
el trabajo!
-
Recuerdo que cuando tenía tu edad, allá por el
63, fui por la mañana a ver “El verdugo” de García Berlanga, mi director
español predilecto, a las salas de proyección de entonces, y por la tarde “El gatopardo”
de Luchino Visconti. Aquello sí que era auténtico cine. Pero yo tenía una
ventaja de la que tú no puedes gozar -sonríe agradablemente-, yo salía de la estancia
y veía en mi realidad lo mismo que en las películas de Berlanga. Igual que los
vehículos de esta película suya tan buena…
-
¡“Plácido”!
-
Sí, esa. Berlanga filmaba la sociedad tal y como
era en ese momento, en el que yo vivía.
-
Mi director nacional preferido es, con mucha
diferencia, Luis Buñuel. Y, en mi opinión, el cine en estos tiempos precisa de alguien
con una actitud equivalente. Alguien harto del arte presente que dé un golpe en
la mesa con un nuevo “perro andaluz”, y selle así un antes y un después -indica con tono esperanzador el ignorante inexperto-.
-
Un grande, ¡qué duda cabe! Trabajó con los
mejores, como Gómez de la Serna y García Lorca, entre otros. Pero cuando Buñuel
trabajaba en el MoMA, su más que distinguido colega Dalí lo traicionó tachándolo
en su libro “La vida secreta de Salvador Dalí” de sacrílego y rojo, razón por
la que tuvo que huir de América. Un desgraciaó
vamos… -se ríen los dos poniendo fin a la amigable charla mientras se
distancian lentamente-.
Ya concluido el
coloquio, el inculto, pero extraordinario, chico posa definitivamente el archivo prestado
en el lugar que le corresponde. Segundos después, el anciano retrocede y apunta
antes de partir del edificio: “eres joven para tener demostrados conocimientos tanto
cinematográficos como culturales, debes estar muy orgulloso de tu capacidad. Muchas
gracias por esta lección”.
El fascinante e, intelectualmente, desaprovechado crío,
ya retirado su cinéfilo conocido, migra finalmente del establecimiento, abandonando
a sus espaldas el único manual que han contemplado sus ojos desde los siete
años. La obra que le enseñó en minutos todo lo que ahora conoce: “Historia del cine universal”.
Instante en que dedujo desconsolado que el hambre se comía su infinito provecho. La primera vez que
comprende, consternado, que la pobreza
arrebata futuros prodigios. Momento en que asume abatido que, en definitiva, su talento nunca saldrá a la luz.
“Los pobres esperan un mundo mejor. El mundo no espera nada de los pobres.”
- Breve fábula en
memoria de aquellos a los que la penuria les ha violentamente saqueado toda oportunidad
de demostrar quiénes son. Por aquellos que si gozasen de fortunas serían
capaces de aportar indispensables prosperes a la humanidad. Por todos aquellos
que han sido inaceptablemente anulados intelectual, cultural y socialmente. -