Un
amor que teletransporta. Hasta en ruinas.
Un
amor con música de fondo. Tú, mi artista preferida. Tu sonrisa, nuestra banda
sonora. ¿Mis lágrimas? tan sólo tomas falsas.
Cuando
me sumergí inocente en tu océano sin saber nadar. Sin salvavidas. Cuando te
adentraste valiente en mi cielo sin saber volar. Sin paracaídas. Cuando
decidimos orbitar nuestras respectivas corazas.
No
hay relaciones perfectas, sólo parejas que no se cansan de luchar. Y nosotros
aprendimos a tiempo. Gracias a estas caídas, nos supimos amar. Gracias a esta
infinita paciencia, nos supimos conocer. De verdad. Por dentro.
Que
explote en confeti tu corazón. Por mí. Mi sueño.
Porque
nadie me levanta como lo hacías tú. Nada me reconfortaba más que ayudarte a
avanzar. Nos salvábamos mutuamente cada día.
Porque
todos los caminos desembocan en ti, porque ningún día era malo si tú estabas
ahí, porque la felicidad reside en verte sonreír.
Terminabas
cualquier discusión con un mágico “porque te quiero, joder”. Cómo no enamorarme
de ti. Cómo no seguir así.
Una
voz que paraliza. Que congela. Que acaricia los huesos. Una voz por la que ir a
Saturno a por un anillo acorde al corazón que le acompaña.
Claro
que lo recuerdo. Tú y yo. Cada atardecer. Alrededor de nuestra hoguera. Un
incendio de compasión. Entrando en calor con cada suspiro. Esquivando
huracanes. Desviando vendavales que pretendían apagarnos, susurrando que nos
deseamos como nunca, que nos queremos como siempre. Nos encantaba reflexionar
sobre la vida.
Y
no sé por qué mezclo pasado y presente, si lo único que ambiciono es poder
afirmar sin miedos en futuro. Contigo. Para siempre.
Tu
mirada, una canción. Tus abrazos, una película. Nuestra relación, una eterna
filmografía. Nuestra relación, una inmortal discografía.
Porque hoy no necesito
metáforas para decirte literalmente que te amo. Porque hoy quiero que por fin
entiendas que “sin ti, yo no”. Que te
necesito, X.
El Portaminas Negro