-OUTRO-
No sé qué cojones me pasa. Últimamente,
en mi vida reina la desgana. Últimamente, en mi rutina gobierna la tristeza. Dicen
que todavía sufro tu ausencia. Probablemente, no les falte razón.
“Dibujábamos
claves de Sol sobre los días nublados, pero pronto nos dio por saltar de
pentagrama. Idiotas. Perdimos el ritmo buscándole un sentido a la letra. Qué
más da, la canción era triste de todas formas. Lo sabes. Siempre fuimos de
estilos diferentes. Blanca y hueca, como si nunca tuviésemos nada que decirnos,
nada que contarnos. Plana. Nunca suficiente para tus oídos. Siempre ausente,
lejana. Como yo de ti, como tú del otro lado de la cama.”
Elena Martín López
Ya seis meses sin saber de ti.
Medio año echando de menos a diario
la inocente vulnerabilidad de Thelma
y la ardiente explosividad de Louise,
unidas en una bomba de relojería, fundidas en tu mágica rebeldía. Tú y yo,
enero y diciembre, tan lejos y a la vez tan cerca. Todo por no leer las
instrucciones, porque tan importante es
saber recordar como aprender a olvidar.
Y, la verdad, parece que fue ayer…
Te encuentro en el calor de cada
café, en la lectura del último verso de cada poema, en el dulce y apacible olor
de cada pastelería.
¿De qué me sirve salir de esta inmensa ciudad si de quién pretendo huir
seguirá dentro de mí?
Joder… y parece que fue ayer… Harto
del amor. Arma de doble filo, culpable de mi sufrimiento, cómplice de tu
felicidad.
Cada día te busco valiente, como
una gaviota que bate sus alas a ras de mar, esquivando feroces olas que le
atacan, mientras busca esperanzada algo de felicidad.
No sé si estoy enamorado de ti o de
los recuerdos. No sé si retomarnos es la mejor opción. No sé si estoy enamorado
de ti o de nosotros como conjunción.
Naturalmente reviviría una y otra
vez nuestra utópica relación. Continuamente, siempre que fuera posible. Sí, sin
cambiar definitivamente nada. Salvo el final, claro. Lo quitaría sin pensarlo.
¡La cantidad de besos que fueron a
morir a tu preciosa cara! ¡La cantidad de sonrisas que le regalé a tu dulce
mirada! ¡La cantidad de abrazos que lo decían todo, sin decir nada!
En absoluto nos tengo idealizados.
Todos nuestros buenos momentos, sin duda, fueron perfectos, y los malos, en lo
suyo, también.
Cada vez que te siento se me corta
la respiración. Y yo aquí, tentándole a la suerte, tratando de explicarle a
nadie, con el corazón roto, qué es el amor. Ya no sé cómo llamar tu atención.
¿Por qué me
parece que fue ayer? Sinceramente, no encuentro explicación...
Paso las noches en vela. Te dedico
versos en las sombras. Las lágrimas acompañan mis diarios insomnios. Aquellos
con nombre y apellidos. Aquellos con fecha de inauguración y por desgracia, al
parecer, también de extinción. Teóricamente regidos bajo un para siempre. ¡Qué decepción!
Observo, una a una, nuestras fotografías.
Hay quién me llama camicace. A mí me tranquiliza saber que me gustas como tres
años hace.
Una eternidad sin rozar tus manos.
Toda una vida sin abarcar tu modélica cintura. Un océano de tinieblas que separan
nuestras reconciliadoras tertulias.
Todas las tardes me sitúo frente al
timbre de tu casa, soñando que me abres sin atreverme a pulsar. Todas las
noches marco tu número, esperando que me lo cojas sin llegarte a llamar. Todas
las mañanas te escribo: “Buenos días, mi vida”. Algún día le daré a “enviar”.
Y así estar
al fin igual que ayer…
[Lo siento mucho, I, pero tienes razón; de vez en cuando
tengo que pensar en mí.]