Paseando hacia la vida
Me siento diferente. Mejor dicho,
sobradamente sensible. Quizá por no cesar de revivir. Por volver a mi niñez y repasar
algunas de las particularidades que me han hecho progresar. Por intentar
aprender de mi pasado. Sí, me desborda la nostalgia. Seguramente, por recordar esos
entrañables momentos que provocaron mi indefensa e inocente felicidad. Esos
días que indubitablemente definen quién en este instante soy. Como no podía ser
menos, también he vuelto a escuchar mi abandonada música. Colecciones que
desafortunadamente he tenido muy descuidadas estos años. Y digo
desafortunadamente porque muchos de los mensajes que dejaron no debían haber pasado tan desapercibidos.
He vuelto a sentir como un niño,
pensando como un adulto. He vuelto a correr como un descerebrado, caminando
como un pensador. He vuelto a vivir lo que creía muerto. He vuelto a aprender
de mí. He vuelto a pasear.
Que
se pregunten qué haces en la calle,
que no se den cuenta de ese detalle.
Que esto es un paseo como los de antes,
el que nadie se busca, nadie quiere encontrarse,
que todo se vuelca en un vaso vacío,
que no hay más nostalgia que la de perderse.
[…]
SI BUSCAS AYUDA, CHUNGO, ESTA NOCHE ESTOY SÓLO CONMIGO.
que no se den cuenta de ese detalle.
Que esto es un paseo como los de antes,
el que nadie se busca, nadie quiere encontrarse,
que todo se vuelca en un vaso vacío,
que no hay más nostalgia que la de perderse.
[…]
SI BUSCAS AYUDA, CHUNGO, ESTA NOCHE ESTOY SÓLO CONMIGO.
Hemicraneal.
Estopa
Estopa –grupo preferido de la
infancia y ya fundidos todos sus discos- tenía toda la razón; por desgracia,
actualmente escasean los reflexivos paseos. Ya no se piensa. Hoy en día no se
para uno a disfrutar de la, muchas veces, imprescindible soledad. La gente ya
no se pierde para encontrarse. La juventud ya no se pregunta por la esencia de
todo lo que nos abarca. Se pierde el interés por la indispensable tregua en
estos tiempos de agobiante dominación. Hay que salir y plantearse la vida, da
igual que medites por qué un espejo que refleja otro espejo no representa
nada o por qué el concepto de perro no puede ladrar, pero debemos discurrir
por nosotros mismos.
Y repito, el grupo catalán no se
equivocaba: en jodidos martes es fundamental
darse tiempo, respirar profundo, descargar, conocerte a ti mismo y sonreír. Y
si, mientras, el resto de la humanidad se pregunta qué haces tan feliz
caminando solo por la calle, lo estás haciendo bien, porque en realidad te
estás comiendo el mundo en tu interior. No sólo has dado con la tecla adecuada,
sino que has encontrado toda la partitura. ¿Y qué más da? Que mojen tu risa con su puta
prisa antes de morder. ¡Qué
remedio! Si la gente está atontada y manipulada por su último móvil que sólo
les permite correr, obviar el placer que proporciona las delicias de la existencia
y que imposibilita el razonamiento acerca de las claves del mundo y las
soluciones de las imperfecciones de éste, tú marca la diferencia. Que andamos justos de genios. Recapacita,
sálvate, camina, desconecta, cambia el mundo. Vive y no sobrevivas.
Yo eso hago. En busca de un rato
para mí, intento evadirme lo posible de la aparente, superficial e inerte realidad
olvidando temporalmente todo lo externo. Decido pasear, sentirme vivo, buscar
el añorado silencio cansado de tan irritante ruido. Reunirme conmigo y
destapar facetas inherentes a mí filosofía que desconozca, que, como bien dijo
Fito, nunca se para de crecer, nunca se
deja de morir; así me puede el deseo por descubrir mi entidad un poco más. Que
después de seis meses no viene mal.
Sellada esta ineludible y privada
pausa, el largo respiro llega a su desenlace. Tras circular una vez más la
frecuentada vereda -Princesa, Gran Vía, Malasaña-, y aliviado por no cruzar con
el típico inoportuno que interrumpe tu viaje para tratar lo ineficaz que resulta
la opción del aire acondicionado para pies y cara al mismo tiempo del coche, me
tropiezo con un, hasta entonces, ignorado, y desde hoy especial, café. El Café
Loreto, en la Corredera Baja de San Pablo. Sí, habéis leído bien. Derrochando aires de
bohemio y mirando disimuladamente a izquierda y derecha -“no vaya a ser que alguien
me vea”- osé entrar. Lo que me ha
llevado a conocer mi nueva y acogedora esfera de cavilación y aislamiento.
Ya estoy. He vuelto. Medio año
después me volvéis a ver escribiendo. Esta vez no desde mi escritorio de
siempre –ese en el que he creado desde mis orígenes como bloggero mis entradas en la
grandeza del cine o las otras dos de éste-, ni siquiera con semejante
técnica. Es más, en estas fechas nada de portátil, me sobra con un lápiz y un
folio arrugado –“¡ya lo pasaré!”-. Hoy me apetecía cambiar. En esta ocasión lo
hago desde mi nueva guarida, mi actual dimensión, mi independiente e inspirador
refugio; mi improvisado escritorio. Esa
burbuja que te permite abstraerte y jugar a descifrar los corazones de las
personas. Aquellas con las que de manera indirecta cohabitas a diario, esas con
las que sin pensarlo compartes las calles e incluso, sin quererlo o saberlo, la
vida. Exprimir las mentes de tu alrededor desde la enorme y tenuemente empañada
cristalera de la topada cafetería.
Café con leche fría a la
izquierda, ración de churros a la derecha y como Jack Nicholson en Mejor… Imposible, mesa acaparada. Un
regalo de mí para mí. Porque sí, porque a partir de YA esta mesa es sólo MÍA. Y
no es negociable. Me apropio de este nido al mejor estilo Melvin Udall, aunque probablemente con alguna manía menos –quizá porque
me enamoré a tiempo-, pero, sin ninguna duda -aviso para navegantes-, con el
mismo carácter impulsivo como me encuentre con algún conquistador de sitios.
Melvin Udall (Jack Nicholson) en su adueñada mesa en Mejor… Imposible con la preciosa Carol Connelly (Helen Hunt).
Anclar en Madrid implica comenzar a soñar. Tiene algo especial. No me
imagino llegar a la capital y no sentir un repentino escalofrío. El lugar ideal
para descubrir la infinidad humana. Peatones reflexivos, atletas desesperados,
intelectuales leyendo, escribiendo o ambas. Amores y amistades, sonrisas y lágrimas,
turistas y habitantes, cafés y cervezas… LA VIDA. Madrid.
Porque cada día me tiene más enganchado. Me encanta su encanto. Su olor
a eternidad. Sus avenidas repletas de vida. Sus gentes con sus cosas. Sus
pausas y sus prisas. Sus modernidades y antigüedades. Sus discusiones y
reconciliaciones. Cada uno de los mágicos rincones que la componen, tan
diferentes entre sí pero con una fantasía en común. Porque adoro venir aquí a
componer. Al Espacio. Al Paraíso. Al epicentro de la inmortalidad. El único
lugar donde no pasa el tiempo.
Porque nunca me voy de mi ciudad de vacío. Porque ir a Madrid y no
pensar es impensable. Porque aterrizar aquí y no pasear hasta la saciedad, es
pecado. Porque despegar sin haber aprendido nada es inviable.
Porque dentro de nada nos volveremos a ver. Por supuesto, con la misma
ilusión, en el mismo recoveco y bajo el mismo hechizo. Porque volveré a
escribir paseando o a pasear escribiendo. Quién sabe. Pero volveré. Muy pronto.
Piensa y que no lo hagan por ti. Camina. Cambia el mundo. Vive y no
sobrevivas.
El portaminas negro.