jueves, 30 de abril de 2015

Malabarismo de sentimientos


 

ÉL SONRÍE, ELLA AGRADECE


Madrid. Línea 10 de Metro.

Una delicada adolescente no rescinde de batallar -como acostumbra- con su maniática pareja a través de su controlador teléfono. A cinco asientos, un joven bohemio con camisa de cuadros, pantalón negro, corta barba y largos cabellos rasguea su desgastada guitarra mientras sostiene, como un experto malabarista, un corroído vaso de plástico.

Ella enloquece, él asienta cordura.

El artista no cesa de vislumbrar la afligida cara de la hermosa chica. Cada vez que ella resopla, él sube el ritmo. En lo que ella desquicia, éste encuentra inspiración. Mientras ella desespera, él le dedica su mejor canción.

Ella se desmonta, él compone.

En el momento que ella inclina abatida, él trata de enaltecerla con su precisa oración. “¿Cuánto tiempo crees que podré bailar sobre tu mano sin echarme a perder?”, se escuchó. A la vez que la conmovida inquieta procura perder la mirada, él es incapaz de apartarla.

Ella lo percibe;

mirada universal, de alcance personal. Me hipnotizó por fin, con su verso letal”.

Al recorrer una triste lágrima su apenado rostro, él su anhelada felicidad ansía recuperar. El chico su púa le regaló y ella su lágrima secó. El chico se enamoró, ella apenas lo notó.

Finaliza la canción.

 El pobre músico emprende la pausada marcha por los abarrotados vagones con el recipiente extendido. La agradable anciana de su derecha colabora con unas monedas, la joven, angustiada, introduciendo su móvil.

Se contemplaron fijamente. El mundo se detuvo.

El chico le sonrió, ella se lo agradeció.

“Tú le servirás mejor uso del que le he prestado yo. Cuídalo.”
 
 
El portaminas negro

miércoles, 22 de abril de 2015

La doncella de mis veranos


Por Ella



Madrid. Junio de 1937.

El mejor bien que se me ha legado. A quien yo más quiero. Quien me cambió la vida.

Teníamos 16 años. No comprendíamos qué acontecía a nuestro alrededor. Sencillamente, íbamos a lo nuestro.

 Bastaba una mirada.

No necesitábamos más que caminar de la mano.

Con estar a centímetros el uno del otro nos era suficiente.

“Lo tenía todo” –presumí-.

Nuestro viaje comenzó en el tranvía de vuelta a casa; aparentaba una cita prevista estaciones atrás. Parecía conocernos desde críos.

Me acompañó hasta mi dirección, criticó mis preciosos náuticos y me sirvió el primer beso de una larga lista.

Acto seguido se marchó.

Le agarré del brazo.

-Era mi turno-

Me contempló como nadie lo había hecho jamás. Me sonrió como nunca había visto antes. Me enamoré como un inocente un 28 de diciembre de la chica más solicitada un 14 de febrero.

Desde entonces… todo merece la pena.

Al fin me atrevo a vivir.

Desde entonces… soy realmente feliz.

Hasta su inesperada aparición los veranos no eran más que meras épocas de desconexión. La temperatura en citados días caracterizaba de insignificante. El Sol brillaba como si nada en aquellos meses.

Fue con Ella cuando efectivamente los prodigiosos veranos cobraron sentido. Cuando la temperatura no transitaba desapercibida. Cuando descubrí la esencia del VERANO -en mayúsculas-.

Entonces entendí que el verano nunca fue, hasta Ella, pero que mientras viva jamás se eclipsará. Cuando el Sol destelle como sugiere su apasionante mirada sabré que, aunque lejos de mí y seis décadas después, Ella seguirá hechizando como me encantó a mí.

El verano paseaba en su bolsillo. La luz estrellada marchaba sobre sus hombros. El Sol emprendió su sincera irradiación cuando Ella ilusionada e ilusionando sonreía entre besos y besaba entre sonrisas.

Porque el verano floreció cuando germinamos nosotros, y tú y yo nunca marchitaremos.

Cada vez que desafío las resplandecidas calles en las acaloradas jornadas de verano sé que dicho milagro lo avivaste tú, que continúas deslumbrando mi nueva estación.

Tú eres la causante de la perfección de estas vacaciones.

Tú convertiste los sucesivos veranos en las mejores fechas de mi vida. Tú eres la culpable de mis inevitables depresiones el resto del año.

Tú cautivaste mi realidad con la concesión, preciosamente envuelto, de aquel prometedor verano. No eres sino tú la emisaria de mi felicidad en estos relámpagos de independencia.

Y transcurridas sesenta primaveras me importunan insistiendo.

¿Que por qué no voy tras ella? Ya nada depende de mí. Ya nada puedo controlar.

¿Si continúa viva? Sí en mi vida, pero no en mi mundo. Cada vez que el albor del Sol hipnotiza como lo hicieron sus ojos siento su presencia más íntima.

Cuando Dios me reclame, como hizo con Ella, emprenderé a toda prisa la infatigable búsqueda allá arriba, ¿mientras tanto? me mantiene cuerdo recibirla cada junio y despedirla cada septiembre. Siempre con la misma magia del 37. Siempre entre abrazos.

No obstante, y aunque nadie lo comprenda, desde aquel trágico accidente de 1955, de ningún modo me encuentro desamparado.

Sí. Ya son 94 los años que acarreo pero no soy ningún lunático.

Simplemente, permanezco seducido.


                           Un viejo poeta.         22 / abril / 2015


Por cierto, doncella, en un par de meses te enseño lo que he escrito.

Hablo de ti, de nosotros.

Seguimos vivos.





El portaminas negro.